domingo, 20 de septiembre de 2009

Desde Santurce a Bilbao Blues Band

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Adelante, hombre del 600

Creo recordar que fue en 1974 cuando el grupo Desde Santurce a Bilbao Blues Band actuó en la biblioteca de mi barrio. La biblioteca contaba por aquel entonces con un escenario al aire libre circundado por unas gradas de piedra que le daban un aspecto de anfiteatro romano. Allí vi por primera vez a Moncho Alpuente y a las antiguas Madres del Cordero. Todavía se escuchaban los ecos de Castañuela 70, obra en donde participaron las Madres y el Grupo Tábano y que fue «retirada» de cartel después de unos incidentes provocados por un supuesto grupo de extrema izquierda. Ya entonces pudimos saber que el grupo no existía y que los panfletos que se arrojaron sobre el escenario durante el curso del altercado habían sido impresos en la Dirección General de Seguridad franquista.

Alpuente salió al escenario del anfiteatro vestido de blanco y cantó con el ojo puesto (supongo yo, porque todos lo estábamos) en la puerta de entrada al recinto donde llegaron unos tipos que no hace falta que os diga de qué iban. Pero el concierto no se suspendió y pudimos escuchar allí canciones como El hombre del 600, A beneficio de los huérfanos, No sea usted original y la Danza de los orangutanes, segunda parte, ésta última, de la titulada Los fantasmas en el vinilo. En una entrevista a Moncho Alpuente, publicada en el blog Esnifando pegamín, el entonces cantante cuenta que el nombre de las Madres lo «…tuvimos que cambiar un poco a la fuerza, porque como madres nos habría sido imposible hacer nada más, estábamos vigiladísimos, [Desde Santurce…] sale de un chiste que publicó Forges en Informaciones, no me acuerdo muy bien cómo era, sé que alguien decía ‘Desde Santurce a Bilbao’ y otro le respondía en un pequeño bocadillo ‘Blues Band’. La verdad es que ni Forges se acuerda muy bien de qué iba...».

La música de este grupo aportó una visión diferente sobre la forma de contar lo que estaba pasando, por aquel entonces, en España. La izquierda española, sumida en la clandestinidad, era muy «seria» con la música e incluso se mostraba reacia a aceptar el rock (por imperialista). De esto y del viaje de Las Madres/Desde Santurce a Bilbao por aquella España atrapada en la dictadura de Franco habla Alpuente en la citada entrevista, donde se recoge, además, una interesante carta de Antonio Piera, componente del grupo: «Nunca he sido partidario de contar en público historias biográficas de la militancia antifranquista, porque todas tienen un regusto de abuelo Cebolleta y un trasfondo de factura impagada, y porque ambas son formas de proceder de las que huyo como de la peste, las primeras porque te aviejan más aún y las otras, tan comunes entre tantos necesitados de currículo, porque envilecen. Pero me resulta imposible resistirme al anecdotario evocador, que tiene otras tripas y a veces hasta divertidas, y por eso escribo esto, porque tampoco han pasado tantos años, qué coño, de cuando nos acechaban los sociales y nos perseguían los grises o los civiles, y me fastidia que todo el mundo se empeñe en olvidarlo como si hubiera ocurrido en la noche de los tiempos, más o menos coetáneo con el diluvio universal.En los años 68 y 69 de aquella era, las Madres éramos un grupo de amigos y conocidos con abundantes y prolijas convicciones revolucionarias, antifascistas, republicanas y antiimperialistas (¡toma ya, lo dije!), algunos de los cuales incluso militantes en organizaciones clandestinas, y que hasta acogía en sus filas dignos representantes del revisionismo, en extraordinario alarde de heterodoxia que no siempre comprendían bien nuestros superiores jerárquicos. Hasta debo decir que algunos estuvimos en la creación y desarrollo de una asociación ultraizquierdista llamada Unión Popular de Artistas, que alcanzó cierto protagonismo en el sector. No era la disciplina ciega nuestra virtud más destacada, aunque sí nos animaban la utópica convicción de que aquello servía para algo, la certeza de que había que hacer algo y la necesidad biológica de acabar con Franco padre o con algo, vaya usted a saber, de lo que no nos gustaba nada, que era mucho.Profundas y muy concretas convicciones, como puede observarse, pero que, aunque parezca mentira, nos colocaban de oficio en la vanguardia radical de una sociedad ciertamente adocenada (para nosotros aborregada, que por eso éramos radicales), que asumía el franquismo como mal menor, en la que las mujeres seguían necesitando el permiso de sus maridos para sacarse el carnet de conducir o abrir cuenta en un banco, y en la que el fútbol, los toros y la música yeyé actuaban como bálsamo o cataplasma. Todos pagamos por ello, en mayor o menor medida, tanto como grupo perseguido, censurado y agobiado, de trayectoria preñada de prohibiciones, como individualmente, ya que algunos pasamos de los lóbregos calabozos de la Dirección General de Seguridad, a la cárcel de Carabanchel (menos mal que estaba Chicho, lo que ayudaba mucho, sobre todo a los demás), a la de Jaén, al batallón disciplinario de Plasencia o al dorado champán del exilio en París a tiempo de ver a los comuneros zamoranos de Agustín en La Boule d’Or.No era para tanto, se dirá sin duda el que escuche ahora nuestras canciones de entonces, pero el caso es que sí lo fue, aparente contrasentido cuyos principales aliados eran la absoluta falta de sentido del humor de los estirados próceres de una patria soberbia y estúpida, la cerril obediencia de sus testaferros bobos, censores o policías, la necedad de los militares, el miedo de los que iban a heredar el sistema y la desconfianza de los que gestaban la platajunta escondiendo sus concesiones. A todos ellos les doy las gracias, en grupo y uno a uno si hiciera falta, porque sin ellos no me habría divertido tanto, ni me hubiera podido creer Robin Hood. Las Madres del Cordero reivindican ahora un lugar al sol, en una esquina, desde el que puedan seguir observando el mundo de alrededor y sonriendo ante lo que ven por la comisura de los ojos. Amen.».

Pues eso, que se terminó el concierto y todos salimos por patas no sea que los de la puerta se cansaran y tuviéramos canción (pero de otro estilo)… Han pasado muchos años desde entonces, pero los orangutanes de los que habla la canción siguen columpiándose en las ramas de los árboles.


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