domingo, 20 de septiembre de 2009

Vainica Doble
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Vainica Doble

Ayer, viernes, se me estropeó la cafetera, maldita sea. Y sin café por las mañanas no soy persona, como dicen algunos... Se me rompe el aparato de hacer el café, como os digo, y la cosa está clara: hay que comprar otro. Unos grandes almacenes en el centro de Madrid tendrán la culpa del gasto; estoy en la Puerta del Sol, asediada por las obras y me entretengo en valorar la nueva entrada del Metro-Renfe, esa misma que criticó Dª Esperanza Aguirre en un momento sublime de comprensión de lo que es el urbanismo artístico: ¿qué decir?, que la tortuga de aluminio y cristal tampoco es tan fea. Estamos, pienso, al nivel del (¿mal?) gusto de los franceses con su ya famosa pirámide en la linde del Louvre (en cuyo subsuelo, según una reciente película, se oculta una tumba misteriosa). Llevarán a los turistas a ver a la tortuga, sin duda...

Hay inmigrantes vendiendo perfumes y ropa falsificados que olfatean el aire a la búsuqeda del tufo de los uniformes azules de la poli municipal; japoneses que se hacen fotos ante la estatua del Oso y El Madroño; árabes perdidos porque les quitaron las bocas de entrada tradicionales del Metro, ahora en obras; un trabajador -me parece que es de origen ecuatoriano- maneja la taladradora entre los bloques de granito que dentro de poco, en nada, serán escalones. Y guiris, muchos guiris, comiendo bacalao en El Abra, o pan tostao con aceite y tomate -comida mediterránea, les han dicho- en las calles de Carmen o Preciados, cubiertas por rombos de tela multicolores que protegen a los viandantes del sol radiactivo que nos aprieta. Hay que comprar la cafetera, quizá después pueda subir al Callejón del Gato y pedir unas patatas bravas y una jarra de cerveza bien fría bajo el destello de los espejos cóncavos que templaron las visiones de la España del esperpento de D. Ramón del Valle Inclán. Tengo el artefacto. Quince tazas pequeñas o diez grandes, si quiero. Café descafeinado me voy a hacer con el cacharro. Eso es lo que bebo por las mañanas o por las tardes, cuando me siento ante el ordenador. Pero sin café no soy el mismo, aunque sea sin plomo...

Antes de volver a casa, sin embargo, me paro en una tienda de discos porque quiero ver qué novedades puede haber en la publicación de vinilos. ¿Vinilos?, diréis, vinilos no me confundo. El vinilo resurge y de vez en cuando se encuentran estupendas reediciones de obras. Como hoy, que me encuentro una grabación de canciones de Vainica Doble, de 1971, editada en Holanda (qué vergüenza, ¿verdad?). El vinilo vale 35 pavos, pero no puedo dejar de comprarlo (la semana que viene me quitaré el aperitivo unos días). Luego, de vuelta a casa, después de comer, enciendo el plato y el amplificador y pongo el disco. Escucho las voces de Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen, los músicos que entonces las acompañaron: recuerdos que surgen de las estrías grabadas con su perfecto y cáido sonido -ese mismo sonido que asesinó el C.D.-, espléndidas letras que hablaban de que otro mundo tenía que nacer. Pero, pienso mientras fumo un pitillo y escucho el disco, Santonja y Van Aerssen, las Vainica Doble, no escribieron sus canciones al aliguí. Desclasadas y marginadas de su entorno escribieron, pienso ahora, para los que vendrían después (ya sé, yo no he venido: yo ya estaba entonces, cuando ellas cantaban), para que comprendieran lo que estaba pasando en aquella época miserable en donde los españoles éramos un remedo de personas, también escribieron para mí ahora que han pasado los años y parece que ya lo hice todo. Y, ¡no! El conejo Tambor sigue queriendo comer sólo las flores y se quiere ir («…y me iré, y me moriré») al mundo de los niños que sueñan con el sueño del amor pristino y las voces de Vainica Doble, bellas, altas como el cielo de Guadarrama, profundas como los canales de la vida, castellanas en sus refranes tan cercanos a mis (¿nuestros?) antepasados, a los que lucharon y perdieron en la guerra eterna del bien contra el mal, tornan por mor de una aguja de diamante que rueda sobre una superficie de vinilo recordando una época que también tiene sitio en la historia.

Porque ellas -y nosotros- seremos dentro de poco historia pero sus voces -las nuestras- pueden indicar un humilde camino para entender y...ver.

He hecho un café en mi nueva cafetera. No es descafeinado. Lo tomo escuchando a Vainica Doble. Escucho cómo ellas hablan de la muerte de las ballenas, de quién le va a poner el cascabel al gato, de cómo la riqueza y el glamour no les convence y siento que nada está perdido.



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